COMENTARIOS CRÍTICOS

Comentarios a Jorge Marín Vieco (1910 - 1976)

Sólo por mediación de un amigo hemos logrado los datos de Jorge Marín Vieco, artista excelente y múltiple. Su excesiva modestia lo ha confinado al reino de los afectos espirituales y lo ha alejado, rápido y elusivo, de la vana balumba de los círculos, peñas y congregaciones tan locuaces como inútiles. Artista integral, mira la vida por el arte y abandona sin despreciar los afanes de otra índole.

Marín Vieco vinculado a una familia de artistas especialmente por la línea materna, tiene en la actualidad 39 años. Nació en una modesta casa suburbana en el barrio Santa Ana, en las cercanías de Villa Hermosa. Tiene dos hermanos, Alberto; violonchelista y considerado como el primero en su género, y Marta; también dada a la disciplina del arte.

Su infancia lo hizo introvertido, si cabe la palabra. Cursó los años escolares en Medellín y años después sirvió al único cargo oficial de su existencia: policía-músico, de la banda departamental de Antioquia.

Gratuitamente ha sostenido un centro de enseñanzas musicales, especialmente destinado a formar saxofonistas. Su dominio del pentagrama es completo, y puede tocar ocho instrumentos con inusitada maestría.

Es, además, pintor de mérito. Pero su predilección es el modelado. Como escultor posee una fuerza activa y apasionante. Sus cabezas, Artel, Barba Jacob, Manolete, son precisas y perfectas. Domina el barro original con una condición y una fortaleza admirable. Tallador no menos excelente, sus fuentes económicas habituales se destinan a la fabricación de molduras de marquetería perfectas. Una vez que termina una, cuando el apremio del cliente cede y comienza el del artista en procurarse unos dineros, atiende con el producido las necesidades del hogar generoso y vuelve a sus ratos de ocio, a su producción artística e inagotable.

Otras de sus grandes fuentes de entradas que lo haría rico en breve si a ella pusiera interés es la elaboración de maquetas de edificios, que las ha hecho admirables, tal como el primitivo proyecto de Nutibara, de Nel Rodríguez, que fue abandonado por el actual diseño. Igualmente es al autor de la maqueta de la plaza de toros la Macarena entre otras.

La arquitectura de su casa-taller Salsipuedes, es también su creación. El lote fue adquirido en 1939, áspero exornado con hierbajos y ortigas, en la suma de trescientos pesos.

Elevó la construcción de la casa de campo, que como la parroquial del poema, es de todos. Allí se refugian, para olvidar el gris cemento y la prosa dura de la vida todos los artistas, amigos o desconocidos y Marín Vieco les da, no sólo el pan abundante de la huéspeda sino el ejemplo de su vida laboriosa y romántica.

Famosas son las fiestas que ofrece y no es extraño el caso de que el huésped de una noche resuelva radicarse unos dos o tres meses en la residencia acogedora como ocurrió con Lucho Bermúdez y Matilde Díaz. Porque es el hobby de Marín Vieco el de la hospitalidad sin tregua y sin preguntas. Y así, entre un tubo de colores, un poco de barro y algunos poemas – también ejerce un poco clandestinamente – se van las tardes y las madrugadas de los familiares y siempre abundantes huéspedes de la casa.

Despreocupado de los bienes de la tierra, su forma de contacto con la civilización, es un Studebaker, cuyo modelo de 1922 es casi una propaganda heroica . la cafetera destartalada se cruza con los automóviles lustrosos con esa modestia insolente que es la virtud de la modestia. Y Marín Vieco cumplida la brevísima tramitación regresa a su tierra y su cielo, a su campo frutal y breve.

Mientras viaja – que es uno de sus mejores anhelos, por el mundo – va por el espíritu, jinete de una nube, tripulante del barco que siempre tienen los estanques con su rostro moreno, indígena, sus ojos como tajados en la cara cobriza, su silencio. En él se cumple, plena y sencillamente, aquella frase del poeta:

“y todo el que camina una legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral”. porque Marín Vieco ama todas las cosas del mundo. Y el cuerpo recio y fornido se inclina, reverente, sobre la nueva rosa del jardín, crecida misteriosamente en la noche, en un solo instante invisible, de lentos movimientos.

 

El arte escultórico de Jorge Marín Vieco es clásico, de línea precisa, alejado de la tendencia tan compleja que se ha adueñado de tantos artistas jóvenes de hoy. Quizá porque en Marín Vieco se reúnen la sensibilidad de quien interpreta música de grandes maestros con la afición por el modelado real, verídico. Estas dos artes han venido a formar una personalidad que no se deja influenciar por la pesadilla de lo irregular e inconcluso. La escultura del nuevo artista antioqueño es clara, emotiva, original y armónica, como lo ha sido siempre el arte cultivado en diversas formas por esta familia privilegiada de los Vieco. Músicos, arquitectos, escultores, dibujantes, los artistas Vieco en Antioquia pasan como herencia a quienes le siguen la delicadeza e integridad de lo que han denominado para bien de la patria.

Hace cerca de cuatro años, una cuadra abajo del parque de Bolívar funciona la Galería de Arte Nacional. Sin ninguna subvención oficial, contando con los modestos cinco pesos que sus socios y afiliados pagan mensualmente, se sostiene y prospera esta entidad particular, en mucho gracias a las energías del escultor Jorge Marín Vieco. Marín Vieco es un hombre de pocas palabras, apenas si las afloja cautelosamente, con alguna timidez que tamiza cada una de sus respuestas espaciosas, bien medidas para no resbalar de pronto.

¿Cuántos años hace que se dedica a la escultura?

  • En realidad he vivido manoseando barro aún antes de que tuviera uso de razón. Mi tío el escultor Bernardo Vieco influyó sobre mí aunque pronto me alejé del rigor clásico de este extraordinario maestro. Como comprenderá en mi familia se gestó lo que sería el eje que me rodeó desde mi cuna. En cierta forma podría decir que no elegí mi vocación. Ella me eligió a mí.

  • Pero…

  • Allá iba. Hablando en rigor esculpo sistemáticamente hace siete años. Antes es cierto, me ocupó bastante la música y hasta aprendí a tocar con alguna agilidad, sin llegar a ser un virtuoso por supuesto, el saxofón y el clarinete y si no hubiese sido por que la escultura me atraía del todo, habría terminado mi vida como músico.

  • ¿No ha desfallecido entonces nunca en su carrera artística?

  • Jamás. Puede suceder que ni las artes ni la literatura no sean de las actividades más lucrativas en Colombia, pero todo en la vida no ha de consistir en acumular dinero únicamente. Con lo que tengo, con mi casa de Robledo y mi taller de fundición, me encuentro satisfecho. Tanto es así que la mayoría de mis obras que pasan ya de cien las he vendido a un precio módico a mis amistades cuando no, las he regalado simplemente. Que yo recuerde, por las que mayor cantidad de dinero he percibido son un Quijote, tallado en Madera –cedro negro- por la que me dieron dos mil quinientos pesos y “Paz”, la obra recientemente adquirida por el Museo de Zea por la cual obtuve mil quinientos pesos.

  • Supongo que durante su vida de escultor habrá tenido muchas experiencias interesantes.

  • Es evidente que sí. Mi viaje a México y tropezar de repente con el magnífico espectáculo de ese mundo artístico que lo absorbe inmediatamente a uno, cotidiano, popular, donde se realiza arte autóctono, indigenista – Siqueiros, Rivera, Cueto en escultura – y en donde nuestros mejor logrados escultores como Rozo y Arenas Betancur hallaron el ambiente propicio, la plaza ideal para difundir su obra, para realizar arte americanista sin olvidar la Patria.

  • Le parece a usted, pues, que debe realizarse arte apelando exclusivamente a nuestras propias fuentes de inspiración?

  • Y para qué buscar otras si nuestra historia, nuestro paisaje y folklore son fuentes inagotables? Eso no cabe dudarlo. Por tratar de hacer arte recurriendo a lo que es nuestro, no hojeo actualmente revistas europeas. Está bien que uno antes de adquirir madurez reciba la influencia saludable de Rodin, de Barlach, de José Domingo Rodríguez, (el escultor colombiano que más admiro). De seguro estos maestros encaminaron mi juventud pero después es cuestión de ir uno abriendo su propio camino.​

Y… En mi caso no le podría asegurar cabalmente en cuál de las escuelas debería matricularme. Creo sinceramente que hago expresionismo, respetando desde luego muchas normas académicas y como quiera llamarla mi escultura es simple y sencilla. Si estoy metido en un “istmo” conjeturo que es culpa de la época que desea que uno se encuentre situado en un sitio preciso. Planeo mis obras mentalmente sin trazar ningún rasgo: las maduro, en cierta forma les doy consistencia durante algún tiempo y cuando ya la estructura está formada del todo en la mente, me dedico de lleno a realizarlas hasta dejarlas fundidas cuando trabajo con bronce. Cuando esto sucede es porque el cerebro ya ha abandonado ese plan, porque se lo ha entregado en cierta forma a las manos para elaborar otra nueva estructura. Para llegar a esta técnica estudié bastante tiempo dibujo con Humberto Chávez y Luis Eduardo Vieco y es que no se puede esculpir bien, nunca se podrá llegar a ser un buen escultor sino se domina antes de todo y totalmente la técnica del dibujo.

  • Cuál considera usted que sea la mejor de sus obras?​

  • No la he realizado, – declara -. Siempre la que está en el cerebro, la última es la mejor.

  • Qué aconsejaría usted a un novel escultor?

  • Constancia. Dentro de nuestra juventud hay muchachos que prometen. Pero la escultura es ejercicio de toda una vida y para empezar bien debe ejecutarse academismo en un principio. No creo en esos artistas que comienzan haciendo abstraccionismo , modalidad que para que no sea falsa requiere la mano de un maestro. Las artes necesitan consagración y tanto los artistas como el literato vienen de imponer en nuestro medio la verdad irrefutable de que cada uno debe vivir de su profesión. Es lo que yo he hecho a través de veinte años. Habrá sido modestamente pero nunca me he alquilado; he vivido, aunque sea económicamente, de la escultura y pienso vivir el resto de la vida de ella.

Jorge Marín Vieco ha alcanzado en realidad esta posición ideal para un artista. En un principio se dedicó a la mecánica, a la reparación de instrumentos musicales, a la marquetería de la cual derivó durante varios años su subsistencia. Luego comprendió que para realizar la vida plenamente debía entregarse en cuerpo y alma a la escultura y así lo ha hecho con modestia pero también con resolución. Fruto de ello son sus obras constantes. Las obras que proyecta hoy, un monumento a la Bandera y un Bolívar en el Montesacro.

Palabras en un AniversarioDiscurso leído anoche por su autor en la velada con que la Galería de Arte Nacional celebró el aniversario de su fundación.

Señores:

Jorge Marín Vieco, presidente de la Galería de Arte Nacional, me escribió una carta que me ha llenado de orgullo. Me solicita en ella que lleve la palabra en este acto, y me recuerda que con Rafael Sáenz, el pintor, se acercó a mi escritorio hace un año a participarme el proyecto de fundar esta sociedad de artistas. “A usted primero que a todos” dice. Y agrega: “Fue grande nuestra alegría cuando recibimos su aliento y decidida colaboración, y tuvimos desde esa ocasión el placer y el honor de contarlo como el primer socio fundador”.

Hay honores ocultos como hay tesoros ocultos. Este de que me habla Jorge Marín es uno de aquéllos. Había seguido yo con interés y había visitado con gusto el pequeño salón abierto por él frente a mi despacho, donde se hicieron varias exposiciones y donde se reunían en camaradería franciscana algunos cultores de la belleza. Y había sabido con dolor que ese salón se iba a cerrar porque… bueno, porque era refugio de artistas y no gerencia de empresas. Pero fue grata noticia la que me dieron los visitantes cuando me anunciaron la creación de una sociedad de fines culturales – ajena a todo propósito de lucro – que siguiera y ampliara los fines del salón de Marín Vieco. Cuando yo sabía de mi modesta intervención en la fundación de la Galería de Arte Nacional era que rechacé figurar como socio honorario y exigí ser activo y contribuyente.

Decidieron la fundación – quiero recordarlo como justo homenaje – Jorge Marín Vieco, Rafael Sáenz, Ricardo Piedrahita, Campo Elías Arango, Carlos Puerta, Maruja de Marín Vieco, Emiro Botero, Gabriel Posada Z., José H. Betancur, Pedro Nel Gómez, Luis E. Vieco, Eladio Vélez y Horacio Longas.

¿Sabe el público aquí presente qué es la Galería de Arte Nacional y a qué se destina? Me bastaría leer, para informarlo, los primeros párrafos de los estatutos:

“La “Sociedad de Arte Nacional” se constituye en esta ciudad de Medellín con objeto de estudiar, difundir y fomentar los progresos de la Escultura, la Pintura, la Música, la Literatura, la Poesía, el Teatro, la Arquitectura, etc. Como fuerzas al servicio de los intereses nacionales, morales, materiales, estimulando la recta y eficiente aplicación de sus principios dentro de estrictas normas morales. Trata de preferencia todo lo nacional Colombiano”.

“La Junta Directiva, en cuanto sea oportuno, organizará conferencias, veladas musicales, exposiciones de artes plástica individuales y colectivas permanentes, visitas, viajes y cuantos actos y contactos considere oportunos para el desenvolvimiento de sus fines de cultura. Así mismo podrá organizar cursos de capacitación artística, autorizar y emitir informes y dictámenes de asesoramiento, acordar la asistencia a congresos y otros actos nacionales o internacionales de las especialidades que son su misión, podrá editar órganos de difusión, libros de autores nacionales, adquirir obras artísticas en la forma en que en el reglamento se explicará, y por último crear premios anuales cuando sea conveniente”.

Que la sociedad ha cumplido, dentro de sus modestas posibilidades, este programa, lo dice la siguiente breve estadística de realizaciones: 20 recitales poéticos, 12 conciertos de música de cámara, 25 recitales de distintos conjuntos y artistas, 10 conferencias culturales, 2 exposiciones colectivas de pintores y escultores antioqueños y 5 exposiciones individuales.

¿Cómo ha podido hacerse todo eso? Poniéndole corazón, que es la moneda con que financian sus obras los artistas. En vez de billetes, amor si existe alguna estatua de mercurio en la Galería de Arte Nacional, no es por lo que representa ni para adorarla en horrenda idolatría, sino porque su bello cuerpo de zagal, sus alas y su caduceo son simples motivos de arte, así como un turpial canta en su jaula desentendido de que al pie dueño y presunto comprador estén negociando su venta…

Es dura la vida del artista en ciernes porque la sociedad no lo conoce y porque sus mismas aparentes disposiciones pueden ser engañosas o, siendo ciertas, frustrarse. Pero el artista logrado y consagrado debería contar con mejor apoyo de la sociedad. No ocurre así, empero, entre nosotros, salvo excepciones que es justo reconocer, como los concursos de música y pintura que dos de nuestras grandes empresas industriales – Fabricato y Tejicondor – realizan a favor de todos los colombianos. Hace falta, por tanto, conseguir que se extienda ese estímulo y ese apoyo. Bien podrían nuestros ricos adornar el patio de su casa con una estatua original de un artista criollo, sus salones con cuadros o con vasos hechos aquí, y debería expandirse la costumbre de ornamentar vestíbulos y salones con murales como los que, en buen hora, ordenaron el Banco Comercial Antioqueño y el Banco de Colombia. En cuanto a las entidades oficiales, apenas sí se sigue el ejemplo del Concejo de Medellín, de la Universidad Nacional en la Facultad de Minas y de la Universidad de Antioquia en su Facultad de Química, de Exomar sus auditorios o paraninfos con frescos como los de nuestro admirado Pedro Nel.

Más como faltas de estímulo, se lo tiene que dar a sí mismos los artistas, por medio de institutos como éste. Menos mal que los departamentos de extensión cultural de Antioquia y del municipio han creado aquella casa de la cultura que, bien orientada, puede convertirse en vivero de artistas y foco de irradiación cultural sobre el país entero. Y menos mal también que la Sociedad de Mejoras Públicas, con sus pobres recursos y con auxilios reducidos, sostiene el ya venerable Instituto de Bellas Artes del cual han salido maestros consagrados.

No me cansaré por tanto de alabar la iniciativa de la Galería de Arte Nacional, ni de ponderar el mérito de sostenerla con las modestas cuotas de sus socios, artistas los más y enamorados del arte.

Con el estreno mundial de su última obra, Blas Emilio Atehortúa junto con otros dos grandes artistas todos nuestros, trascendió a las esferas del más allá. Ante el colosal monumento “La Resurrección”, escultura, poesía y música, sembraron la esperanza en los Campos de Paz. En medio de este mundo de hoy, donde la única certeza comprobable parece ser la negación de todo espíritu, como atributo de un sistema específico, orgánico, y protoplásmico, la “Elegía Dos” desmaterializó todo motivo de angustia y escepticismo.​

Allí donde antes parecía enterrarse toda esperanza, cuando todos en medio del progreso científico actual se formulaban aparte de los muertos la única pregunta valedera: Ser o no Ser, hallamos al hombre de paz del poeta Jorge Robledo Ortiz, “fugado al infinito en busca de la luz, en busca de un remanso para el grito. En busca del vendaje que reclaman los clavos de una cruz”.

La escultura gigantesca del maestro Jorge Marín Vieco revive la esperanza de los muertos. La descripción no puede ser más perfecta: “fugado al infinito estilizado en llama, desnudo de raíces frente al amanecer, sin garfios pasionales, transfigurado en arpa, arcilla redimida de su noche fatal, y, ya en posesión perfecta de su fe y de su amor”. ¿Qué más podría hablarnos de inmortalidad hoy día que esta mezcla de versos, notas y bronce?.

La “Elegía Dos” del compositor Atehortúa, es una obra única en su género, que presenta las características más originales y revelan los valores culturales, históricos y religiosos más trascendentales del hombre. Constituirá esta obra musical, como todas las demás del compositor, el orgullo y la gloria del patrimonio artístico que Colombia pueda presentar ante el mundo. En medio de las manchas sonoras de música electrónica Blas Emilio Atehortúa mezcla las voces humanas, los instrumentos de aliento, de cuerda y percusión y con gran genialidad produce su música inaudita, actualizada, inolvidable.

Su estructura sonora revela los profundos conocimientos de armonía, instrumentación, dirección orquestal, composición de nuestro compositor. El tema de la obra es científico, histórico, teológico y sobre el cual se presentan argumentos que a pocos convencen si no tienen fe. A través de los siglos descubrimos que la solución de esta cuestiones límites, no la podemos encontrar definitivamente en la ciencia o en la filosofía. Pero el arte nos ha recordado una solución inequívoca, objeto de una exultante esperanza, única que puede resistir el análisis de la historia: es la revelación, ante la cual toda duda termina.

“Hay que obrar como hombres de pensamiento y pensar como hombres de acción” (Henry Bergson).

Al subir por el flanco noroccidental de la ciudad de Medellín; al llegar, tras un abigarrado jardín de gran diversidad morfológica; al experimentar la confusión de sus finas esencias entre cantos de diferentes pájaros; encuentro la casa Salsipuedes, inspiradora de la composición musical del mismo nombre que hizo en su honor Lucho Bermúdez en 1948.

Ya vecino del ambiente de esta morada, la cual ofrece claras reminiscencias coloniales en su estructura, me doy cuenta que es ciertamente singular su ámbito: plácido pero alentador; una atmósfera sorprendentemente insólita que tiene la rara virtud de limar las brusquedades del alma y restarle tribulaciones. Para hallarme en el corredor de la casa asciendo unos cuantos peldaños escoltados por rosas y bifloras. Desde allí miro la ciudad, un viento exótico me lude, pienso entonces si quizás sea una especie de recado anemosíaco que ha hecho el recorrido desde la sede de Apolo hasta el insigne morador que he de encontrar a pocos pasos pero en la misma casa.

Penetro en la sala, allí está el hijo del artista en cuya búsqueda voy. Jorge Alberto, platicando con Mozart en su sonata 13, desde el pretérito, mediante su piano de cola alemán. En las enjalbegadas paredes aprecio inscritas las gratas impresiones con obligante aleación poética, de otros valores nacionales del arte (León de Greiff, Jorge Artel, Carlos Castro Saavedra…), que les produjo su visita en esta casa edénica, donde las pegásides hacen un receso en su gira artística por el mundo y en el cual le entregaron el numen a su alumno y anfitrón.

EL TALLER DE LA LUCHA

Guiado por el olor de una pipa me dirijo, por una amplia puerta, al taller, lugar donde el artista lucha con el bronce. A través de miles de cosas veo unas manos burdas, gruesas y foscas maznar una porción de barro destinado a entrañar y a dar forma tangible a las ideas de ese hombre que prefirió el lenguaje de la materia artísticamente metamorfoseada para trasmitirla. Ahí está: es, a primera vista, alto, fuerte, un poco brusco de facciones, “como tallado por un hachazo de su colega Dios”, tal como lo describió Gonzalo Arango, y con una leal pipa en la boca que humea sin cesar: es el escultor Jorge Marín Vieco.

En su acogedora Salsipuedes vive, pues, Jorge Marín Vieco encastillado en la soledad del aislamiento, de la incomunicación, la que no deja proyectar al hombre hacia el hombre. No. es aquella soledad que crea el ambiente propio, idóneo para que el artista forje sus obras en la hormaza de sus ideas y de su bondad, dándose de tal manera íntegramente a la humanidad. En fin, allí está día y noche el hombre, el artista, está el escultor que hace sus cosas con la fuerza de su pensamiento en el crisol de sus nobles actos.

Allí vive posesionado del solio de la tranquilidad, de la soledad – de esa que hablamos antes – este hombre monumental en todo: en su físico, en su pensamiento, en su obrar. Mira la vida y se pasea por los senderos de ésta con la apariencia de una indiferencia olímpica, pero que en verdad es con la tranquilidad requerida, que le permite la monumentalidad de su persona íntegra.

UN HOMBRE ALTRUISTA

Después de haber hablado un rato con el maestro, no puedo menos que sentirme aleccionado en la difícil rama del candor. Prosigue la charla y cada vez me percato más de que en verdad es un hombre altruista, amante de la soledad, sobrio, y, sobre todo, justo. Estos conceptos que voy tejiendo en mi mente acerca del escultor, los sintetizo en la idea de que, al igual que su última escultura, tiene por lema la búsqueda de la paz, así se lo manifiesto y como tal lo asevera, mas me advierte que el concepto de paz es muy amplio y que a dicha palabra le hemos dado siempre una acepción parcial, tal como creer que ella es sólo la ausencia de la guerra, cuando en realidad es esto aunado al producto del amor y la justicia, condiciones que a pesar de todo, y merced al egoísmo humano, le dan un carácter muy utópico, en la práctica, a la paz que tanto preconizan los hombres; y que el hombre logra a veces mantener en vigencia su guerra contra la guerra y gozar del fruto de la ecuanimidad moral, social y económica – más o menos la verdadera paz -, no es ello hecho que autoriza al hombre para hablar de paz plena en el mundo terrenal, ya que en su interior hay siempre una petición continua de algo que no se encuentra en la tierra, y por ende está el corazón humano a toda insatisfacción, ajeno a la paz plena. Total que la palabra paz, en la tierra y por fuera de los confines diccionariales, es casi un mito. Fue creada para entelarañarse en el diccionario.

Hincado en la anterior filosofía de la paz, el escultor Marín Vieco concibió admirablemente su nueva obra cumbre: “El Hombre en Busca de la Paz”. Está fundida en bronce y tiene 14 metros de altura. Su base, de seis metros, consiste en un triángulo que proyecta uno de sus ángulos hacia arriba truncado por un círculo que descansa sobre el mismo. Estos dos elementos geométricos, de los cuales pende la obra propiamente, engendran dos principios que conducen a su interpretación. El triángulo da la sensación ascencional de la figura que se desprende vertiginosamente significando en términos bíblicos la perfección, el círculo representa el mundo material o el universo del cual se ha librado el alma humana. El hecho de que las piernas del hombre estén inscritas al círculo le da mayor énfasis y claridad a la escultura, puesto que ello da la impresión inequívoca de dejación.

EL ESPÍRITU SOBRE LA MATERIA

Según su creador, el mensaje de El Hombre en Busca de la Paz es la imposición del espíritu sobre la materia, la liberación del alma de su morada – cuerpo – tierra, para dirigirse al infinito en busca de la paz, de la paz que no encuentra en la tierra por una u otra causa, o porque así lo ha dispuesto el Legislador Supremo para que su creado, en la hora postrera de la vida, se vea obligado a endilgar su timón por el sendero del Padre.

En el fondo la escultura no es materia, es espíritu puro, el producto de una guerra sana entre lo que es el alma y lo que es la materia, en la cual aquélla logra su independencia y se va en busca del Supremo, en quien beberá la providencial agua que calmará su sed, que, repito, no pudo siquiera mitigar en la tierra.

Es tal la importancia de la obra, su notoria proyección hacia una meta clara y fija, es tal en fin su clara concepción, que no necesita el observador ser un mediano crítico de arte para desentrañar su mensaje. La escultura lo dice todo. No da lugar a que se entable polémicas y disquisiciones para ser interpretada. Ella habla sola por su boca de bronce. El caso siguiente es testimonio de lo anterior.

Una mañana subió a Salsipuedes el poeta Jorge Robledo Ortiz, saludó con amabilidad el bardo de los abuelos, su atención fue arrobada por la escultura erguida en el patio aún en yeso. La observó largo rato sin decir nada. Lo demás prefirió decirlo así en su lenguaje de cisne:

“Hombre de paz”

Paz.. Paz… Paz.

Plenitud del amor.

Hombre de paz

fugado al infinito

en busca de la luz,

en busca de un remansa para el grito,

en busca del vendaje

que reclaman los clavos de una cruz.

Hombre de paz

estilado en llama

para subir a Dios,

para fundir en trino las campanas

y proyectar en lumbre

lo que en llanto maceró el dolor.

Hombre de paz

desnudo de raíces

frente al amanecer,

frente a la ley universal que rige

la angustia del espíritu

que se refresca en su propia sed.

Hombre de paz

sin garfios pasionales

sin dardos en la voz,

sin miradas prendidas a la carne

sin anclas de pretérito

sin engañosos caminos de ilusión.

Hombre de paz

transfigurado en arpa

para pulsar la luz,

para entonar el coro de la alas

y leer la armonía

que el cielo escribe en su tablero azul.

Hombre de paz

arcilla redimida

de su noche fatal,

del eco doloroso de su herida

y de la sombra que siguió sus pasos

para impedir la claridad.

Hombre de paz

ya en posición perfecta

de su fe y de su amor,

de su buscada eternidad serena,

de sus pies sin camino

y de sus manos altas de perdón.

Paz… Paz… Paz.

Plenitud de amor.

Plenitud… Plenitud”

Basado en el poema transcrito, nuestro internacional compositor Blas Emilio Atehortúa hizo una admirable composición de carácter moderno e inonovador que fue interpretada bajo su dirección el día de la inauguración en 1972.

UNA OBRA DEFINITIVA

“El Hombre en Busca de la Paz”, imponente creación artística que en elevamiento definitivo cogió y soltó a su autor en un lugar cimero entre nuestros escultores, es totalmente desnuda, porque su tema así lo exige. Y están tan bien disimuladas las partes pudendas, pues no es necesario resaltárselas ya que no se trata de una obra en la cual impera el aspecto somático, que no lleva al espectador a pensar siquiera en ellas. Sin embargo, el señor arzobispo de Medellín se pronunció contra la “desnudez” de la obra. Al autor de estas palabras le tocó presenciar una charla, en Salsipuedes, entre el arzobispo y el escultor acerca del problema en cuestión.

Aunque son respetables los argumentos del señor arzobispo, los que no quiero registrar para evitarme el problema de extensión, me parecen más irrefutables los del maestro, quien le manifestó: “Su excelencia, está obra es para mí el triunfo del espíritu sobre la materia, y por lo tanto se supone que en ella no debe haber nada físico, sino espíritu puro. Si yo le pusiera vestimenta alguna, ello significaría el desastre de la misma, por lo cuanto vendría a ser una mixtura de espíritu y materia, lo cual estaría en contradicción evidente con el principio que la sustenta.”

Pocos días después me contó el maestro Marín Vieco: “Seguramente que yo sí le pondré algún vestuario a la escultura cuando su excelencia me recomiende una sastrería para vestir espíritus”. Pero al fin los argumentos de Marín Vieco se vieron eclipsados y debilitados, no por otros más valederos y lógicos, sino por la decisión clerical, porque esta es la hora en que la escultura se aprecia visiblemente cansada de tanto soportar el peso de su propia muerte. ¡Qué paradoja de hecho: un muerto de pies! Se necesita para ello haber sido demasiado vivo. Toda persona que se acerca a contemplarla, por “ignorante” que sea, exclama con aire de estupefacción: “Eh… Y para qué la taparon con ese pedazo de hojalata”

SIN PERIFRASES TEDIOSOS

La trayectoria artística de este hombre que habla con el lenguaje de la materia sin perífrases tediosos, es tan larga y variada, está llena de tantas peripecias, de unas y otras proezas artísticas dignas de todo encomio, pero que desafortunadamente han permanecido detrás del velo de lo desconocido igual que su autor, por lo menos para Colombia, que únicamente miraremos someramente algunas obras de la larga lista.

Cuando en Guadalajara, México, se construyó la Avenida de las Américas, cuyos bordes laterales están surcados de las esculturas de los principales héroes americanos, a Marín Vieco le correspondió representar a Colombia, y qué bien lo hizo con un singular busto del Padre de la Patria. Para algunos críticos extranjeros, el artista plasma magistralmente el ocaso de El Libertador. Como aspecto curioso del busto está el hecho de que Marín Vieco se aparta de los bustos que tradicionalmente se habían hecho sobre el mismo personaje, debido a que el autor

 

se ciñó para el efecto a los datos más fidedignos sobre las facciones de Simón Bolívar y creando así una interpretación sobre esos datos para lograr que el espectador experimente la sensación de encontrarse con un gran líder.

 

 

En una misiva dirigida desde París del gerente general del Banco Francés e Italiano al gerente de la sucursal del mismo en Medellín, le dice aquél a este ultimo: “Dígnese saludarme al maestro Marín Vieco, quien está bien representado aquí en París y en Roma con su obra El Baharequero”. En efecto, El Baharequero es una admirable escultura que logra transcribir plásticamente el destino del guaquero o buscador de oro. Las extremidades inferiores las tiene semejantes a las patas de rana, pues los pobres guaqueros se tornan anfibios, o casi anfibios, de tanto luchar en los ríos cazando el esquivo metal.

 

“La Amerindia” (se encuentra en el edificio de la Beneficencia de Antioquia) es una de sus obras más preciadas. Es a primera vista el perfecto daguerrotipo escultórico de la pobreza de la maternidad de nuestra América India. Plasma sin lugar a dudas el subdesarrollo de América Latina.

 

“Ha muerto un escultor”. Con esto bastaría para enlutar el mundo artístico. Pero en este caso, además del escultor, murió un hombre amable, afectuoso, sencillo, sufrido. Por eso es más grande la pena que sentimos. Sin embargo nos quedan sus obras y a través de ellas, perdurará el amigo y el maestro. Los restos contarían con un lujo poco común para un artista; el de reposar bajo una obra suya. Su creación de Cristo en Campos de Paz de 14m de altura, acompañará sus restos e indicará el lugar de reposo a los visitantes. Sus hijos, hermanos y la gran familia Vieco saben que somos quienes los acompañamos. Aquí se unen la música y la plástica, ejes de una familia admirable durante generaciones, para rendirle homenaje al escultor Jorge Marín Vieco.

La muerte del maestro es algo muy lamentable. Él trató de realizar obras dentro de una tónica muy antioqueña y muy americana. El conjunto de la Beneficencia que tiene obras de Marín Vieco junto con obras de Arenas Betancur, es un trabajo en el cual ninguno de los dos cede en capacidad artística lo cual da un indicio de su valor. Desgraciadamente las oportunidades de realización que él tuvo aquí como le ocurre a tantos pintores, escultores, literatos entre otros, son exiguas y pignoradas a grupos excluyentes. Marín Vieco podía haber realizado una obra mucho más vasta y con una inspiración de altísima calidad.

Tan impresionante como deleitoso resulta que el ser humano posea modos de expresión superiores a la palabra, cuando domina – por ejemplo – materiales en cuya eterna inmovilidad logra infundir, sin embargo, el vuelo de un pensamiento.

Este milagro es únicamente, potestativo del artista. Superar, – o siquiera igualar – al verbo, al colorido, a la música, por medio de la piedra, el mármol, el bronce, es ir más allá de la simple acción física. Trasciende, entonces, en lo creado la idea fundamental de la energía, manifestación del gran complejo cósmico. Los maestros inmortales de la forma vienen siendo, a no dudarlo, imponderables intérpretes del hombre, como testimonio y, a la vez, depositario de sí mismo.

Por ser la materia tan específicamente indócil, convertirla en un contrapunto de líneas y contornos, armonizando con evidente sentido rítmico la realidad biológica y aquello que tan solo existe en el mundo estético del artista, ha constituido la vértebra central de la capacidad creadora.

Jorge Marín Vieco, con su estrella encendida por dentro, concebía, discurría, trabajaba – a la sordina – en un universo tan apacible y discreto como él mismo, entre las volutas de humo de su pipa infatigable, cuyas espirales azules parecieran impregnar de sugerente aroma las palabras que, siempre lentas, cabales y expresivas, iban brotando de sus labios.

Hubo algo de tierna, de dulce hechicería en “Salsipuedes”, casa – taller de Marín Vieco. Un joven que lleva su nombre interpretaba en el piano conciertos de grandes maestros.

Estatuillas incompletas, imágenes cubiertas de años, esbozos en barro o yeso, tallas en madera o marfil, estudios del movimiento humano, representaban una meditación cuidadosa y profusa que más tarde debería ser expresada en mayores proporciones.

El huésped podía apreciar esquemas y bocetos, acuarelas, frescos, también obras de pintores amigos, frases conmovidas, escritas en un reto al tiempo, sobre la pared, y dejadas allí por alguien a quien impresionara, para siempre, el ambiente en que trabajaba el escultor. Escucharía los ruidos de la fundición, como si nada más, que los metales al desintegrarse y la música, tuvieran a perturbar el inolvidable silencio de las flores y plantas que, con sus propias manos, cultivaba Marín Vieco.

– “…cada flor está sembrada en memoria de un compañero” -, nos decía, mientras ponderábamos su jardín. El huésped se sentaría en el corredor de arcos medio punto, que domina el Valle de Aburrá y la ciudad de Medellín. Una lenta emoción iba inundándole, filtrándose, a través de los ojos, hasta llegar al fondo de sí mismo. Y se embalsamaría de luces y estáticas quietudes. Una de esas emociones que nos hacen leves y puros, poniéndonos a flotar – si así decirse puede – entre balidos y perfumes de égloga, campanadas de templos lejanos y añoranzas.

Ante el verde ondulante de los empinados montes, noble sencillez terrígena nos acercaría, de manera espontánea, al sentido localista y universal de lo antioqueño. Comprenderíamos y sentiríamos por qué el autor de cierta tonada raizal asocia el concepto del ser querido a una “oración de madre ausente, palabras de hermana buena, tierra de muchos caminos y calor de compañera”

El subyugante hechizo de “Salsipuedes” aclara en nuestra mente hechos y personas: la fundación de la Casa de la Cultura, aquel inolvidable paréntesis de espiritual fervor que diera nacimiento a un maravilloso grupo de indeclinables voluntades: Luis Martel, Mejía Vallejo, Castro Saavedra, Alberto Aguirre, Alberto Upegui, Jorge Marín Vieco, Oscar Hernández y tantos más…

Instante tras instante, va haciéndose más densa la noche. Parece recogerse, íntegra, sobre el Valle, en pugna silenciosa con millares de estrellas, que se dirían desprendidas del firmamento. Una sensación de infinito colma el espíritu, igual que si quisiésemos fugarnos en busca de las esencias elementales del ser. Resurgir de nosotros mismos. Resucitar entre todas las cosas que se mueren.

Sólo en un sitio así, un artista como Jorge Marín Vieco pudo producir “La Resurrección”. Cerca de 11,000 personas arrobaron sus pupilas ansiosas de belleza inefable, el domingo 22 de abril de 1971 en que fue inaugurada la escultura en los Campos de Paz. ¿Podríamos nosotros describir el aliento del hombre, representado en un bronce de 15 metros de altura, donde las líneas de la imagen adquieren una increíble flexibilidad, haciéndonos pensar que el escultor jugara con las dimensiones anatómicas, lo mismo que un compositor con las normas musicales?. Clásico y moderno a la vez, atrevido en el dinámico conjunto, conceptual, filosófico, este símbolo de la paz, de la definitiva integración al cosmos, aéreo, elevándose hacia el espacio inconmensurable está inspirado en la sinergética del “jet” de nuestro tiempo. Desnudo, no obstante, de toda ordinariez, desmaterializado y natural, como un anhelo.

Prodigio del arte, capaz de una idealización tan pura, valiéndose de la materia misma. ¿En qué forma pudo ser posible?.
Permaneciendo Jorge Marín Vieco hechizado por los filtros de la ansiedad creadora, por la constante tentación de vuelo que debió invadirle los sentidos, allá en su retiro de la montaña antioqueña.

La obra de este notable escultor nacido en Medellín en 1910 y fallecido en 1976, se debe inicialmente a la tradición. Él la absorbió inicialmente de su propia familia, que con gran similitud con aquellas de Florencia, ha contado por generaciones con artistas de prestigio y tradición.

Al lado de Luis Eduardo y Bernardo Vieco, sus tíos, nutrió y saturó su espíritu de un clasicismo en proceso de transformación que le dejó el conocimiento técnico y académico, el gusto en el manejo de la arcilla y la fundición. En 1965, Marín Vieco expresó: “Me gusta untarme del material con que trabajo y sentir el calor sofocante que expide el metal candente en la fundición. Después me place pulir mi obra, ayudado de mis artesanos que jamás me incomodan.”

La segunda fuente de su formación fue la indígena. Su obra se sale de los moldes, libre de cánones y ajena a cualquier sometimiento o fórmula. Esta adquiere el acento peculiar americanista pero con un tremendo carácter expresionista, sentimiento esencial del arte precolombino. Sus concepciones indigenistas no se limitan a copiar los monolitos y las cerámicas. Sin embargo se sirvió del conocimiento directo, del pensamiento y las costumbres de algunos grupos indígenas con los cuales no vaciló en compartir su vida.

Más tarde fusionó su obra con las enseñanzas dejadas por la obra de Barlach y Lehmbruck: “En Barlach, (escultor alemán fallecido en 1938) encontré novedad muy de mi agrado porque éste conjugó el clasicismo con las formas simples del arte moderno”. Entre los escultores colombianos, además de la influencia de Bernardo Vieco, Marín Vieco se refirió a José Domingo Rodríguez, Marco Tobón Mejía y Rómulo Rozo como los escultores colombianos de mayor trascendencia.

La comprensión del desarrollo plástico de las creaciones de Marín Vieco el desenvolvimiento temático que afirma su personalidad son evidentes ante sus esculturas de Cristo, San Francisco, Beethoven, Bolívar y Quijote. Recrea estos personajes conservándolos siempre como sus temas cultos. Los tamborileros, arrieros, mitos y algunos temas humildes son además de vernáculos, hondamente humanos. Estos temas predilectos le ofrecieron la fuerza y libertad expresivas, indispensables para alejarlo de la academia y llevarlo hasta lograr el desprendimiento de esta tradición inicial.

Otro aspecto interesante lo constituye la frescura sin rebuscamiento de sus esculturas religiosas que involucran los conocimientos anotados y conducen al artista hacia el más consciente y delicioso arcaísmo. En estas obras resalta una extraordinaria calidad caracterizada por la homogeneidad entre el artesano y el artista.

De claros resultados expresionistas por el retorcimiento, el dolor y la tortura son sus Cristos, inertes y elásticos. Con gran sentido moderno en la concepción y movimiento, abolió la cruz en varios de sus crucificados en su afán de desmaterialización. Posteriormente su obra se evadió con alargamientos flamígeros, así como las escenas de mitos y las creadas como masas monumentales para sitiales públicos.

Mas la esencia de todo esto es el tormento, la tortura interior, la sangrante herida ancestral, la magia y el culto que hermanan y saturan sus obras. Estas son el testimonio vivo de estados de abatimiento y melancolía, así como de un sentimiento reprimido que no tiene otra forma lógica de exteriorizarse que a través de la expresión desesperada, de la distorsión quebrantada que se articula hábil y caprichosamente.  Este mar sin fondo de necesidades interiores, luchas y pasiones vertidas convincentemente en la arcilla y el metal, son las que hacen de Jorge Marín Vieco el único escultor expresionista de trascendencia en nuestro país.

Este importante artista trabajó con la honestidad y sencillez que le fueron propias y ajeno a toda propaganda. No cabe duda, que su nombre continuará imponiéndose con la única divisa de su obra.

* Conocido pintor y crítico antioqueño. Autor del libro “Evolución de la Pintura y la Escultura en Antioquia”

COMENTARIOS A LA EXPOSICIÓN DEL ESCULTOR

JORGE MARÍN VIECO (1910 -1976)

La obra artística de Jorge Marín Vieco va más allá de la forma. Es una expresión del alma…y me parece impactante y conmovedora
 Laura – Abril 28 de 1998

“Amerindia” y esa mirada pérdida en el infinito de la muerte. Ese “Momento de Arriería” síntesis de la fuerza y la cotidianidad. Esta obra: Poesía estremecedora en su incontenible silencio.
 Firma ilegible – Abril 28 de 1998

¿Donde andan tus discípulos? Envíanos aunque sea a uno a Bellas Artes ¡urgente!
Sin firma – Abril 29 de 1998

A Marín Vieco, un gran maestro: La vida es efímera pero tu arte se ha hecho eterno aquí en esta tierra que tanto te dolió y amaste. Felicitaciones. Q.E.P.D.
 Johnny T.P. – Abril 28 de 1998

La necesidad de expresión ante el dolor se logra en su totalidad con sus Cristos. Excelente trabajo y motivador para el estudio escultórico.
 Lorena Castañeda – Abril 28 de 1998
Doc. Artes Colegio CILA Inglés de los Andes

Sin palabras… Maravilloso
 Myriam Rodriguez

Está muy bien representado un misticismo imperante totalmente humano, libertario, rebelde. Son grandes obras. Son un Cristo nuevo mucho más doloroso y eterno.
 Rafael Castillo F. – Abril 30 de 1998
Liceo Colombo Alemán

Marín Vieco, todo un maestro! La forma, los volúmenes y los sentimientos que transmiten su obra, lo dejan a uno lleno. Un gran trabajo y un gran maestro.
María Eugenia Hernández

Estas obras expresan la espiritualidad, la belleza del alma de quién entregó su profesionalismo al Todopoderoso. Felicitaciones.
 Sor Juana Galeano H. – Mayo 6 de 1998

En una época de crisis en todos los aspectos, el maestro Vieco da un mensaje de arte y humanidad.
C.A. Rojas​ – Mayo de 1998

Gracias por esta maravilla. Llegamos tarde cronológicamente pero su vigencia plástica es inigualable.
Firma ilegible.

Sumergido en el ensueño parezco, realidad alternativa y periódica, formas regulares e irregulares coordinadas para traer opciones de ilusión.
 No firmó

Gracias por permitirme conocer algo que para mis ojos estaba oculto. Me encantó el dramatismo y la angustia que en algunas obras se devela.
 Luis Guillermo

Que hermosa esta exposición. Hay una profundidad que uno se encuentra de sorpresa.
 José Ricardo Villegas

Mi querido maestro Marín: 
Tendría yo acaso unos 13 años la última vez que tuve la oportunidad de estar frente a tu estudio, viéndote trabajar en unión de tu familia. Ahora tengo 41, y esa parte de mi vida jamás la olvidaré. Maestro de Maestros, que los seres de luz que guiaron tu alma y tu obra te protejan eternamente. Bendice nuestro camino.
 Monika Herrán – Cali, mayo 27 de 1998

Señor Jorge Marín Vieco:
Hoy os conocí, y ya jamás os olvidaré. Una felicitación al artista colombiano. Excelente y admirable vuestra libertad de expresión.
Juana Rozo de Villabona – Mayo 28 de 1998

Reconforta poder apreciar una obra tan maravillosa de un artista tan nuestro por sobre todo de gran calidad humana
 Firma ilegible

La más vasta, polifacética y emotiva exposición del arte escultórico en bronce y de creatividad expresionista vista en Popayán. Felicitaciones a la Universidad del Cauca por su empeño cultural.
 Daniel Vejarano

Es la mejor exposición que he visto en la Universidad del Cauca, excelente, es una obra demasiado buena.
 Sin firma

Que agradable encontrar a quien se expresa.
 Firma ilegible

Elasticidad, firmeza, fuerza agilidad, aparente simpleza – todas cualidades de la verdad y grandeza.
 Firma ilegible

Marín Vieco no ha muerto, su obra está presente y viva.
 Juan Pablo Arroyo​ – Pintor – Restaurador  P.O.Box 147

Tu obra encierra la grandeza del alma y el ansia de libertad.
 Flechero

La espiritualidad y el humanismo, se destacan en cada uno de sus trazos.
 Erika Lima

Marín Vieco:
La voz de tus inmensas manos despierta en resonantes ecos la milenaria grandeza de nuestra tierra. América se desnuda victoriosa en tu obra impresionante en su hermosura, su fuerza y la esperanza que brota de los signos que tallaste con esplendor poético.
 Mauricio Vidales G. – Junio 25 de 1998

Marín Vieco:
En donde quiera que te encuentres.
En donde quiera que estés…
Tú, tu vida renace cada vez
Que alguien se extasía en tu obra fe de que lo nuestro jamás perecerá.
 Roxana Castillo

Ha sido para la Universidad del Cauca y para Popayán, un orgullo el haber tenido en sus claustros la exposición itinerante del Maestro Marín Vieco. Exposición que ha sido visitada y admirada por innumerables personajes de diversos niveles culturales (tanto Rectores de Universidades como jovenes bachilleres y ciudadanía en general). Quiero expresar a nombre de la Universidad mi agradecimiento y felicitación por esta magna obra.
 Vicerrectora de Cultura y B. Eulalia Castrillón.

Definitivamente es algo maravilloso poder admirar una obra tan hermosa de un escultor que engrandeció y sigue engrandeciendo el arte en Colombia y el mundo. Felicitaciones a esta gran entidad.​
 Jaime Londoño

Es maravilloso ver como Dios pone su mano en una mente tan abierta al arte, como la del maestro Marín Vieco. Me admiran tanto la belleza de su obra como su amor por la vida. Felicitaciones a su hijo por el hecho de exhibir tan monumental obra.
 Elsy Chica C. –  Marzo 24 de 1999

Encontrar en este medio una obra como la de Vieco, hace que la ciudad crezca un poco más. Hay tanta poesía detenida en estas esculturas que podría señalarse que en el escultor había un Neruda del bronce.
 D. Sierra.

Pocas veces el delirio del hombre, se ve quebrantado por la imaginación, pocas veces las manos logran acariciar y moldear, como lo hace el viento. Felicitaciones.
 Firma ilegible.

Realmente es uno de los escultores más expresionistas que he conocido, logra captar emociones en cada una de sus obras. Es más que un pedazo de bronce en cada una de sus obras, es una imagen de sus sentimientos.