Álvaro Marín Vieco

(1945 -)
Pintor

Por: Álvaro Marín Vieco

Para que no gane el olvido,  a la memoria del artista y padre,  que de manera singular me enseño a caminar trechos llenos de alegrías y asombros,  de obstáculos y desánimos,  y que con entereza y gallardía me condujo por la única vía digna para andar por esta vida: la del arte.

Cuando decidimos juntar nuestras soledades,  ya nos faltaba poco trecho para recorrer,  habíamos trajinado lo suficiente para tener canceladas nuestras diferencias,  entre ellas la mirada que teníamos sobre los distintos caracteres que adornan y empobrecen nuestra circense familia.

Al mundo fantástico de la música me introdujo sin dogmas,  sin imposturas,  solo con la naturalidad que lo acompaño toda su vida.

Mi infancia  trascurrió a su lado,  conocí más teatros que ciudades,  mas entre telones que salas de conciertos,  era feliz en medio de músicos que me trataban como si fuera uno de ellos,  a su lado supe cómo se sufría antes y se gozaba después de los conciertos,    el lenguaje musical se me ofrecía como algo normal y cotidiano;  nuestra relación padre- hijo se volvió profesor- alumno,  intérprete- oyente,  fui creciendo y también mi sentido crítico,  que contrastaba con su benevolencia para tratar a sus colegas.

Solo una vez anunció su retiro de la práctica orquestal a causa de una señora,  de cuyo nombre no quiero acordarme,  que manejó la sinfónica como manejó su familia;  con el trasero;  le ofreció un sueldo de principiante,  siendo primer cello,  que lo fue siempre;  su orgullo no le permitía ganar menos de lo que merecía,  a sabiendas que a un extranjero le pagarían más que él,  tocando igual;  sacó su casta e hizo mutis por el foro,  con el tiempo la filántropa de marras tuvo que tragarse sus palabras con dinero y todo y suplicarle que volviera a la orquesta,  por lo que le dijera.

Era un jayán en toda su dimensión,  incansable para las labores humildes que no le dejaban tener quietas sus manos,  largas y sucias de tanto arreglar lo inarreglable.

De esbelta figura,  bien parecido,  resultaba muy atractivo para las mujeres,  las que siempre tuvo a su lado,  pero siguiendo un turno riguroso que les imponía la vida;  se trataron recíprocamente con ternura y delicadeza.

Se sentía incomodo tocando en orquesta grande,  no le gustaba someterse a los dictados de los directores dictadores,  se sabía músico de cámara y escogió el lenguaje más difícil y bello para expresarse,  dónde cuatro voluntades se unen para formar una sola,  en el colmo del desprendimiento en aras de un resultado:  el cuarteto de cuerdas.

Fue un demócrata en la música,  liberal de izquierda en política agnóstico en creencias religiosa aunque a veces se dejaba enredar en mis artimañas de ateo insufrible.

Austero para comer y beber;  sus gustos gastronómicos eran de un triste insípido,  le encantaba el aguachento sancocho,  y la carne molida como polvo;  su sonido en el violín cello era suave como lo fue el trato a sus alumnos,  tierno y sutil para enseñar,  fue un caso excepcional como multiplicador de instrumentistas.

El deterioro natural de su vida lo llevo muy al final a tener que  desprenderse de su inseparable y bello instrumento,  un  ‘gofriller’ de la misma casa de uno de los de Casals,  su ídolo,  de sonido exquisito;  no concebía un instrumento guardado sin tocarse;  era un ser generoso y lo vendió.

Su salida de la vida fue sin aspavientos,  sin dramatismos,  solo media hora de malestar y moría rotundamente,  murió de un tajo,  como cae un árbol frondoso el cual me protegió con su sombrío durante toda la vida,  y para decirlo en Italiano el idioma de los músicos: “un bel morir tutta la vida honora

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